La nueva película del francés Alain Guiraudie (quien hiciera El desconocido del lago), ubica su acción en un ambiente rural y tiene como protagonista a Jérémie, un joven que se traslada desde Toulouse hasta su localidad natal para asistir al entierro del panadero del pueblo, para el que trabajó muchos años. De ese punto de partida tan dramático, el guión deriva hacia una película de suspenso, con cierto humor de diálogo, en especial cuando entran en escena los personajes del cura y policía de la localidad.
Esa mezcla de géneros funciona bastante bien, con una mezcla del Hitchcock de El tercer tiro, unas gotas de Teorema de Pasolini y algunos toques de provincialismo chabroliano. La tranquilidad de un pueblo a primera vista sereno esconde vileza y maquinación entre sus habitantes, mosaico familiar de pocos personajes donde, pese a que se procure guardar el misterio, las paredes hablan. La visita inesperada se alarga más de la cuenta, a costa de la complicidad malvada de los anfitriones. La violencia asoma latente en cada mirada de los hoscos personajes, y cuando aflora lo hace con una crudeza y sequedad apabullante. La confusa sexualidad, los celos y la desconfianza son una delgada línea que marca la culpabilidad de sus protagonistas. El debate moral se agranda con unos diálogos ácidos, llenos de intensidad moral y emocional que acaban por certificar la buena mano en la escritura de una trama alocada pero cercana.
Las principales virtudes del film están en su hábilmente armado guión pese a algún tropiezo y, sobre todo, en la elegancia de la narración de Guiraudie, que queda muy clara desde la primera escena, con la llegada del protagonista a la localidad en ese recorrido en coche por la carretera. El elenco posee el nivel de excelencia habitual en el cine francés, acaso con mayor destaque para el protagonista Félix Kysyl, la viuda del panadero de Catherine Frot, Jean-Baptiste Durand como el hijo del fallecido y Jacques Develay en el papel del cura. El catálogo de virtudes incluye también la atmósfera nocturna y la extraordinaria fotografía de Claire Mathon, que brinda un puñado de
secuencias forestales bañadas de borrosidad, y la tensa y crispada banda sonora que genera un entramado formal mucho más rico de lo que parece a primera vista para retratar un ambiente rural desde un naturalismo lleno de carga crítica.